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Nací en La Habana el 20 de marzo de 1969, “año del esfuerzo decisivo”, por la meta del gobierno revolucionario cubano de realizar una zafra record de 10 millones de toneladas de azúcar en 1970. Mi madre (graduada de biología) y mi padre (ingeniero agrónomo), se especializaron en el estudio de los pastos y forrajes, que debían constituir un pilar en los planes de modernización de la ganadería del país para conseguir “ríos de leche”. Por ese motivo en los primeros años de mi vida residí en el Instituto de Ciencia Animal (ICA), una de las nuevas instituciones de investigación del país. Desde luego, no era muy consciente de la labor de mis padres, pero estuve con ellos en medio de experimentos con pastos, vaquerías, plantas de ordeño y departamentos destinados a distintas ramas de la ciencia pecuaria.
Al terminar los estudios de la escuela primaria, tuve la posibilidad de ingresar en la Escuela Vocacional Vladimir Ilich Lenin, en las afueras de La Habana. Era un centro docente de nuevo tipo, una “escuela en el campo” (donde se combinaba una jornada de estudios con otra de trabajo), pero con la particularidad de que los alumnos se seleccionaban por rendimiento académico. Después de cuatro años, pasé a otra escuela en el campo, llamada Ernesto Che Guevara. Estaba en una zona más alejada de La Habana y allí cursé los dos últimos años de preuniversitario en medio de extensas plantaciones de cítricos.
En 1986 comencé mis estudios de Licenciatura en Historia en la Universidad de La Habana, con una vocación que se debía, ante todo, a la influencia de mi abuelo, quien sentía verdadera pasión por la historia cubana y universal. Los años en la Universidad coincidieron con procesos como la “perestroika”, la desintegración del campo socialista europeo, la caída del muro de Berlín y la desaparición de la URSS. Es decir, que me tocó estudiar Historia justo en el momento en que se desmoronaban muchos de los paradigmas que guiaban nuestra formación. En 1991, me gradué con una tesis sobre la industria azucarera en la región habanera de 1600 a 1827, tema que me sirvió de base para posteriores estudios desde otras perspectivas.
Al graduarme tuve la oportunidad de ingresar en un departamento dedicado a la Historia de la Ciencia y la Tecnología en Cuba (dentro del Museo de la Ciencia Carlos J. Finlay). Al poco tiempo, retomé el tema de la industria azucarera con un objetivo diferente. En lugar de seguir con la exaltación de la agroindustria en aras del crecimiento económico o sus implicaciones sociales como la esclavitud, quería explorar la destrucción del bosque como base del esplendor azucarero. Por coincidencia, en esa época tuve la suerte de conocer a Kate Christen, quien fue una especie de “madrina” para mi inserción en el movimiento de la historia ambiental. Eran momentos de gran crisis económica en Cuba, como consecuencia del fin de las relaciones preferenciales con la URSS. En medio de lo que muchos consideran una especie de “pico petrolero” anticipado, mis padres y mi hermano tuvieron un protagonismo destacado en la conformación del movimiento agroecológico, como alternativa al colapso del sistema agrícola y ganadero de altos insumos. El contacto con ese grupo, fortaleció mi convicción de tratar de estudiar la historia de Cuba desde las perspectivas que propone la historia ambiental.
El 1998 inicié estudios doctorales en España con una beca que me fue concedida gracias al apoyo de José Antonio Piqueras, director de la tesis y amigo al que nunca podré agradecer suficiente por su respaldo en mi carrera profesional. Pudimos contar con la codirección de Miguel Angel Puig-Samper, reconocido historiador de la ciencia. La estancia en España de casi cuatro años me permitió consultar los excelentes fondos sobre Cuba en archivos y bibliotecas. Además me posibilitó entrar en contacto con el grupo de historiadores ambientales españoles por intermedio de Manuel González de Molina. De hecho pude asistir a su primer encuentro efectuado en Andújar en 1999. En el siguiente de Huelva conocí a Mauricio Folchi, quien me propuso formar parte de la coordinación de una mesa dedicada a la historia ambiental de América Latina para el Congreso Internacional de Americanistas de Santiago de Chile en 2003.
Ese encuentro nos permitió conocernos en persona a varios colegas que íbamos incursionando en la historia ambiental de nuestros países. Tuvimos la posibilidad de reunirnos en plenaria y aprovechar mejor los intercambios. El éxito de la cita llevó a pensar en la posibilidad de darle continuidad al esfuerzo y se decidió hacer el siguiente encuentro en La Habana. No era la primera vez que se reunían profesionales de la región interesados en promover la historia ambiental, pero con ambos eventos se inició el camino que llevaría a la creación de SOLCHA y a la celebración de los simposios bianuales. A pesar de las limitaciones financieras y de otro tipo, es un logro que este esfuerzo colectivo siga dando frutos para consolidar el movimiento de la historia ambiental en nuestra región.
La separación de la familia por varios años durante mis estudios doctorales, se vio compensada por la gran oportunidad de publicar la tesis doctoral en 2004 por Siglo XXI de México, gracias a la obtención del Premio de Pensamiento Caribeño del 2003. La colección Envisioning Cuba de la Editorial de la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill, publicó en 2008 una nueva versión del estudio traducida al inglés. Sin embargo, como suele ocurrir, lamento ahora que el libro no incorpore otras miradas al tema de los impactos ambientales de la industria azucarera en Cuba fruto de nuevos intercambios con otros colegas y de un mayor conocimiento de la literatura de la historia ambiental o de nuevos enfoques teórico-metodológicos. Debo resaltar que a mi regreso a Cuba en 2002 entré en la Fundación Antonio Núñez Jiménez, en donde confluimos un pequeño grupo de colegas con líneas de trabajo en temas como educación ambiental, permacultura, conservación de la biodiversidad y ecología política. Al mismo tiempo, desde 2005 imparto cursos de historia ambiental en el Departamento de Historia de la Universidad de La Habana.
Sin abandonar el tema del azúcar, en los últimos años me ha interesado explorar desde la perspectiva de la historia ambiental la actividad ganadera en Cuba, un tema poco estudiado porque los historiadores han privilegiado los estudios del azúcar y otros cultivos de exportación, como el tabaco o el café. Además, creo que es importante analizar el lugar de los animales en las sociedades humanas y sobre todo su papel cambiante en medio de la transición a las sociedades industrializadas. Este es un objetivo a largo plazo. Trabajo ahora en un libro que se propone mostrar la contrastante historia de la agroindustria azucarera y de la ganadería en Cuba entre fines del siglo XVIII y el inicio de la primera guerra por la independencia en 1868. Dos trayectorias opuestas, en la que el éxito de una acentúo la decadencia de la otra, de modo que será a la vez un estudio de las problemáticas generadas por los inicios de la transición a la era industrial en el contexto latinoamericano del siglo XIX.