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REFLEXIÓN SOBRE QUINCE AÑOS EN TORNO A HISTORIA Y AMBIENTE
Me honra el que me hayan invitado a escribir unas líneas en este lugar. Supongo que lo han pensado teniendo en cuenta mi labor en la publicación de los dos volúmenes de Estudios sobre historia y ambiente en América, donde tuve el privilegio de reunir varias colaboraciones de destacados investigadores, la mayoría integrados ahora a nuestra SOLCHA –la Sociedad Latinoamericana y Caribeña de Historia Ambiental. Esto me lleva a recordar acontecimientos de quince años atrás, antes de que se formara la Sociedad.
De hecho no fue hace quince años, sino algunos más, que organicé en El Colegio de México un seminario de geografía histórica para inculcar a los estudiantes el gusto por un tipo de historia que me agrada mucho, en la que el espacio y el medio físico proporcionan gran parte del contexto necesario para fundamentar cualquier explicación. El seminario me dio pie para organizar con varios colegas un simposio en el Congreso de Americanistas de 1997, en Quito. Ahí reunimos, expresamente, trabajos que entrecruzaban “temas de historia con diversas apreciaciones del medio físico, o de la naturaleza”, sin ponerles la etiqueta de “historia ambiental” ni cualquiera otra. De esa reunión surgió el primero de los volúmenes citados, al que siguió el segundo en 2002 gracias a la entusiasta colaboración de otros colegas. Diversas situaciones que no viene al caso referir aquí han dilatado, pero no cancelado, la aparición de un tercer volumen, que tal vez se concrete algún día si mis colegas me lo permiten.
Me han preguntado cómo se manifiesta mi inclinación hacia la historia, y respondo que casi todos mis trabajos de investigación o difusión tienen un sesgo espacial manifiesto. Por eso he escrito, por ejemplo, a propósito de procesos de poblamiento, caminos, linderos y localidades. Los pueblos de la Sierra, que publiqué en 1987, es un libro de historia política (y algunos dirán que de etnohistoria), pero no hubiera podido construir su argumento central sin un andamiaje previo de conceptos de análisis espacial.
Siempre procuro visitar los lugares de que me ocupo: si se trata de una ruta ferroviaria me subo al tren (o me subía, pues muchos han desaparecido) y si se trata de un pueblo de origen colonial voy a él en busca de los testimonios más visibles de su pasado, a menudo limitados a algunos detalles en las portadas de las iglesias. Tales testimonios, donde subsisten, han sido muy transformados y lo siguen siendo. Cuando escribo esto llevo visitados, sólo en México, 1166 pueblos. Me dicen que mi empeño ya se ha convertido en vicio. Tal vez, pero lo disfruto y aprendo mucho. Aparte de lo anterior, mi práctica del excursionismo desde hace cincuenta años me ha llevado a centenares de montañas, barrancas y llanuras, en cada una de las cuales no puedo dejar de ver la evidencia del paso del tiempo ya sea como procesos ecológicos o como huellas de la actividad humana. En suma, la historia y la geografía se me presentan entremezcladas. Esta perspectiva domina Las regiones de México, libro que publiqué en 2007 acompañado de una cincuentena de mapas que elaboré. Porque, debo añadir, la cartografía es un lenguaje que me fascina. La mayoría de mis trabajos han ido acompañados de mapas, e incluso algunos han surgido del análisis cartográfico.
Como investigador, mi aproximación a la historia varía de acuerdo con el tema concreto de que me ocupe, pues no seguí el mismo método para estudiar la historia de las carreteras mexicanas en el siglo XX que el que sigo ahora para analizar el desarrollo de las unidades políticas básicas encarnadas en los pueblos de indios coloniales y sus sucesores, los municipios. No pretendo la precisión que se esperaría de un historiador de la economía, pero tampoco apruebo la aproximación relativista de la historiografía posmoderna; mucho menos me dejo seducir por modelos. En otras palabras, me gusta trabajar con datos comprobables, ser riguroso con las fuentes y resaltar la especificidad de cada acontecimiento histórico. Pero, siempre, el espacio y el medio físico me proporcionan gran parte del contexto que necesito para fundamentar mi explicación.
Algunos amigos me dicen que lo que yo hago no es geografía histórica sino historia geográfica. Entiendo (más o menos) el matiz implícito en esa distinción, pero no veo qué diferencia de fondo puede haber entre las dos, y lo mismo he de decir si convertimos este dúo en trío y le agregamos la historia ambiental en su acepción más amplia. Sin embargo, pienso que ocuparse de historia y ambiente (como en el título de mis compilaciones) no es lo mismo que hacer historia ambiental, al menos no en el sentido más estricto de esta especialidad, en la que no están de más los conocimientos de ecología, química orgánica o corrientes marinas, por sólo citar tres ejemplos. Como no poseo esas habilidades, no siento que mis trabajos sean merecedores de considerarse ejemplos de historia ambiental. Habrá quien afirme, sin embargo, que la historia ambiental no se define por su método sino por su fundamento ambientalista. Ahí tampoco encajo. Pero, al fin, la terminología puede tener tantos matices y significados que acaba por resultar irrelevante.
Estoy convencido de que no hay que dejarse llevar por las etiquetas. Sea cual sea el nombre que utilicemos, sea cual sea el punto de vista que privilegiemos, lo que tenemos en la mira es una historia en la que los personajes principales son el espacio, el medio físico y las especies que lo habitan, siempre ubicados en el tiempo y siempre modificándose. Entiendo que no es posible verlos por separado: ninguno existe sin los otros dos.
Me siento privilegiado por haber podido presenciar, aunque fuese marginalmente, el desarrollo de la historia ambiental en nuestro medio en forma paralela a la paulatina conformación de SOLCHA a partir de las reuniones de Santiago de Chile, La Habana y Carmona, y más todavía por haber sido invitado a participar con la conferencia de cierre en Belo Horizonte. Entre varios logros de la Sociedad no sé cuál destacar más, pero al menos no quiero dejar de referirme a la consolidación de su revista, HALAC, que es muestra de cómo se ha hecho realidad algo que no podía parecer más que un sueño lejano en aquel no tan lejano año de 1997.
Bernardo García Martínez
El Colegio de México
Enero de 2014